jueves, marzo 30, 2006

Contra la literatura infantil

MIREYA TABUAS




A mi amigo Fedosy, que me pidió este sacrilegio

Cuando veo un diminutivo soy Herodes. Me gustaría asesinarlo, retorcerle el pescuezo, desmembrarle el ito que le sobra, destripárselo, extirpárselo, hacerlo trizas. Lo mismo me sucede cuando veo un arcoiris que danza (porque los arcoiris nunca faltan), un conejo que canta, una mariposa enamorada de la luna (porque la luna nunca falta), un ratón encorbatado. Todos. Todos al crematorio.

De la literatura infantil se duda que sea literatura. Y muchas veces con razón. Y cuando se refiere a ella con el sustantivo literatura, pues se acompaña siempre además –inevitablemente, compasivamente- con el adjetivo infantil, como para aclarar, como para distinguir, como para nivelar –o desnivelar-, como para sacudírsela, pues. Para marcarla. De esta línea no pasas. Nosotros aquí. Ustedes por allá.

A la literatura infantil se le ponen además, como añadidura, como deslave, el sagrado deber de educar, orientar, qué se yo, llevar al niño por el camino de un bien que el adulto cree necesario. Es entonces cómo, antes que poetas o escritores, los primeros jurados –una suerte de filtro- que tienen casi todos los concursos literarios internacionales de esa categoría son un grupo de docentes –bien derechitos ellos, con lupas-, filtrando marranadas, filtrando la palabra “culo”, que está mal dicha en un cuento, aunque los niños la digan en el recreo, filtrando dudas, tristezas, extravíos, filtrando lo que ellos creen que los niños no van a entender, adultos limitados de infancia. Los niños siguen siendo, para la mayoría de las editoriales, pulcros alumnitos sentados en primera fila. Y si no lo son –porque seguramente no lo son los hijos de los editores- pues entonces hay que llevarlos por el carril con las letras. O disfrazarlos –es más fácil- de animalitos que cantan en el bosque, de monigotes sin vida real, sin calle, sin acera, sin apartamentico de 50 metros cuadrados. O también, otra aberración –que además incluye otra variante: el no pago de derechos de autor- está el facilismo de agarrar los relatos indígenas y “limpiarlos” de impurezas que alguien delimitó así y lanzarlos asépticos, esterilizados, desinfectados al mercado. Eso sí, con muchos dibujos, con tapa dura, a todo color. Porque hay quien dice que hay que hacer los libros para los papás que los compran, para los colegios que los ponen en la lista de útiles escolares, para el Ministerio de Educación que los exige en el programa escolar. No para los niños. Para los niños nunca.
¿Y de qué hablan los niños en el recreo? ¿Qué miran por Internet? ¿Qué ven en la televisión? Los niños hablan de violencia y hablan de sexo y se cuentan historias de terror y hablan de rabias y hablan de dolores y hablan de los divorcios de sus padres y hablan de las tetas de silicona de sus madres y de la muerte de los abuelos. Sí. Hablan de eso. Ah, y de política. Que si Chávez. Que si las ocho estrellas. Y ven en Internet páginas pornográficas, porque las ven, y juegan Counter Strike donde destripan a cuchilladas o muelen a balazos al enemigo. Y ven las películas de los canales de cable, incluso esos canales que los padres aseguran con claves siempre fáciles de descubrir. Ese es su mundo. Y mientras, mientras, la literatura infantil les dice lerolero, la fiesta de los ositos panda, el baile de los hipopotamitos, la princesa y el rey. Cuando en este país ni hay ositos panda, ni hipopotamitos, ni princesitas, ni reyecitos, ni un carajo.
Y después los papás se quejan: Es que le compré un librito precioso, puras maripositas de colores y el carajito ni se lo leyó. Los niños de ahora no leen, culpa de la televisión. Mejor le compro un nintendo, qué voy a hacer.
Creo que la literatura es un espacio para la representación, la ficcionalización, la revelación del sí mismo, para lo lúdico y también para lo doloroso, para el miedo, para la felicidad y la infelicidad. Para la vida. Incluso para la muerte. Y un libro es para tenerlo al lado, para que sea tu pana. Creo que bajo esos parámetros debe verse la literatura infantil. No es que ahora vamos a lanzarles un Counter Strike en cuatro tomos o una página porno versión papel. No es eso –así me reducirán los más conservadores, he ahí la perversa que quiere malograr a los carajitos-. No. El caso es que hay que pensar que ésos –los chamos que se ladillan un domingo porque tienen que ir a casa de la tía- son los niños que quieren leer y para que los libros los sientan como parte de ellos deben acompañarlos en el mundo en el que viven, deben ser sus cómplices. ¿Qué buscan los niños en Internet, la televisión, el recreo? Compartir con sus pares, en primer lugar; reírse (aman el humor, aman el doble sentido); entender (por eso el interés por la sexualidad); asustarse (les encanta una película de miedo); querer y ser queridos –gustar y ser gustados-; sentir el placer de la aventura y el riesgo (por eso el regusto por la violencia); enfrentarse a un sonido que les acecha, que oyen en los pasillos, en la cocina, a escondidas, ese rumor de la muerte. Son y quieren ser seres humanos completos y complejos, como somos los adultos. Con contradicciones, con peos.
Por eso yo digo. No escribo literatura infantil. Estoy en su contra. No me pidan diminutivos ni frases cortas ni lunas niñas que van al encuentro de nubes que han caído en el río. Yo escribo. Y tengo la suerte, la magnífica suerte, de que los niños me leen. Y que se enrojecen, se entristecen o se cagan de la risa con mis cosas. Gracias.

Marzo 2006

6 Comments:

Blogger Mauricio Duque Arrubla said...

Hermana adoptiva de los Chang: sigue escribiendo. Yo reconozco mi debilidad por los libros ilustrados "para niños", como los de Chris Van Allsburg, los que al parecer son herejes aunque no tengan mucho arco iris ni conejos. Aunque también se me cuelan en la biblioteca algunos de Gabo con ilustraciones (Editorial Norma). Parece que me gustan son las figuritas...

También leo de los otros, de los que no tienen láminas...

Atte, un niño y su gata

10:32 a. m.  
Blogger Zinnia said...

Ya decía yo porqué se me hace tan difícil conseguir un cuento en las librerías que le diga algo inteligente a mi sobrina...nada, literatura para niños que no son los de ahora, eso es lo que sobra!

1:06 p. m.  
Blogger Zinnia said...

Ya decía yo porqué se me hace tan difícil conseguir un cuento en las librerías que le diga algo inteligente a mi sobrina...nada, literatura para niños que no son los de ahora, eso es lo que sobra!

1:06 p. m.  
Blogger Petrusco said...

Vamos a ingeniarnos un juego que compita con el Counter Strike en donde Tio Conejo y Tio Tigre (los conocen?) compitan manejando naves, en tiros al blanco, engañando al Tio Burro o utilizando escopetas con mira telescópica. QUe tal?

8:26 p. m.  
Blogger Mire said...

tienes razón, clementina, esa es la literatura infantil, la de todos. pero el estereotipo sigue imperando por ahí.

11:21 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Me perece ignorancia, ignorancia de esa que llevamos en la sangre, de esa que nos hace criticar pero al mismo tiempo afirmar la hegemonía de lo que rechazamos. Esa estupidez que nos hace proclamar lo prohibido porque sabemos que lo es y porque así lo aceptamos (lo afirmamos), por que para nosotros así lo es. Ser literatura “infantil” es llegar a la perfección, es la meta de todo escritor (escribir para adolescentes es escribir para alguien que quiere ser adulto pero lo niega con su alma y escribir para adultos es escribir para alguien que dejo su alma en otros pantalones), ¿alguien sabe que son los niños? ¿Ese que todavía cree en el viejo del saco o el que dice culo con sus compañeros? Cualquier cosa que digamos no los alcanza, cualquier cosa que digamos lo decimos desde nosotros, desde nuestra (supuesta) superioridad. Desde Esopo a Hans Christian Andersen la literatura infantil es superior a nosotros, superior al arte y a la literatura, equivalente a la anécdota del bar (a la luz de la chela) pero superior, mítica. De literatura infantil se asume que es literatura, que convierte el –ita en algo misterioso o desgarrador, en un Jesús real que escapa de Herodes, algo que nos demuestra que la pequeñez es omnipotente. El niño ciertamente dice culo ciertamente cree en hadas y ciertamente puede parecernos “tierno” o “loco” (demente o desquiciado) pero si le preguntan a él lo único que sacaran en claro es que solamente es. El niño es el nuevo salvaje oriental lo defendemos o lo atacamos sin preguntarle (es lo que hago es lo que hacemos). Al censurar un diminutivo este nos cercena a nosotros, esa no es la literatura infantil, esa es la literatura de la que huimos, y huimos de ella porque esta en nosotros, la odiamos vergonzosamente es mas nuestra que suya. A mi hermano le leo (y le explico pues mal que mal han pasado 4siglos) el Quijote y el se ríe y se fascina, incluso Kafka es literatura infantil (y una obra perdida de él lo es explícitamente). Yo creo que quien se divorcia del diminutivo infantil es muchas veces ignorante, y si además trata de mostrarse culto es solo otro de la casta de los intelectuales/opinologos exhibicionistas (pomposos payasos que no dan risa) esto lo verán ,les profetizo, a menudo repudiando este y otros blogs por su “mediocridad intelectual” , bueno que se a ser? Pero nosotros no seamos hipócritas y alabemos a la literatura infantil, que es LA literatura por sobre esta. El conejo y el arcoiris que existen mas en serio que nunca podemos usarlos como leña pues los reales pululan

4:48 p. m.  

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