En defensa de los salseros (porque soy uno de ellos)
FÓSFORO SEQUERA
Con mucho Aché.
La salsa representa un orgullo compartido en el caribe, ya que todos, de alguna manera, hemos tenido que ver en el nacimiento, desarrollo y evolución de la misma. Las hemos bailado, hemos gozado un puyero con su sabor inconfundible, algunos la hemos tocado o cantado, pero somos algunos, sí, sólo algunos, aquellos quienes podemos sentirla como propia, aquellos que la defendemos a muerte, cuchillo en mano como en cualquier esquina del barrio, aquellos que no resistimos el primer abanico para salir a buscar a la jeva de más sandunga para echar un pie, aquellos que igual enfrentamos un bongó o una tumbadora a bofetada limpia, sin concederle espacios a las malas influencias, aquellos que nos batimos con todo en el Poliedro, en el 23, en Marín o en Catia, donde todos somos brothers en el mismo sentimiento.
En defensa de aquellos, mis panas, mis hermanos, es que escribo hoy. Salgo en defensa de quienes hemos sido señalados por disfrutar del soneo inconfundible de Ismael Rivera, por gozarnos las mañas del Lavoe, por tripearnos al Conjunto Libre o rendirle culto a la memoria de Celia Cruz o de Tite Curet Alonso. Quisiera saber qué es lo que tenemos de malo, cuál es el rollo mental en el que algunos viven simplemente por nuestro amor al movimiento musical gestado en Nueva York y que, ahora, le pertenece a todo el caribe por derecho propio. Me gustaría conocer cuál ha sido la afrenta, la ofensa que puede haberles causado el hecho de querer escuchar a La Sonora Ponceña cuando abordo el autobús de Naguanagua, o que me ponga la boina al revés cada vez que me lanzo para “El maní es así” a echar un pie. ¿Cuál es el rollo? ¿Acaso esta música, curtida en el caribe, fundida en una paila con malanga y hierbabuena, no te parece tan válida como cualquier otra? Esta música, como otras, representa la expresión de una raza, de un pueblo, de una cultura, de una sociedad y que, triste y alegremente, se sigue expresando a través del mismo vehículo, teniendo, en algunos casos, vigencia rotunda a pesar de los compases del tiempo.
Lo siento por quienes me llevan la contraria, pero esta música forma parte de mis venas desde antes de nacer. La llevo inscrita dentro de mis glóbulos rojos porque me representa más que muchas poses de figurín, me llena más que las empanadas que venden en la bodega. En este reducto se habla salsa, se vive la salsa con la irreverencia acostumbrada, se siente la salsa desde los días en que Phidias Danilo, Bolívar Navas o El Tigre Rafael nos ponían a gozar con las cabillas de la época, se respeta la salsa dura, brava, la que no concede espacios a la mediocridad.
Soy salsero, y con mucho orgullo tomo las maracas para llamar a todos al bembé, al sonar de los tambores iniciaremos el festín, donde negros, indios e hispanos nos reunimos sin importar razas ni credos, sin excluirnos. Lo lamento por aquellos que solo saben señalar a quienes profesamos un profundo sentimiento salsero. Con tabaco y ron, con mucha clave y sabor, seguiremos la rumba, afincando, soneando, viviendo.
En defensa de aquellos, mis panas, mis hermanos, es que escribo hoy. Salgo en defensa de quienes hemos sido señalados por disfrutar del soneo inconfundible de Ismael Rivera, por gozarnos las mañas del Lavoe, por tripearnos al Conjunto Libre o rendirle culto a la memoria de Celia Cruz o de Tite Curet Alonso. Quisiera saber qué es lo que tenemos de malo, cuál es el rollo mental en el que algunos viven simplemente por nuestro amor al movimiento musical gestado en Nueva York y que, ahora, le pertenece a todo el caribe por derecho propio. Me gustaría conocer cuál ha sido la afrenta, la ofensa que puede haberles causado el hecho de querer escuchar a La Sonora Ponceña cuando abordo el autobús de Naguanagua, o que me ponga la boina al revés cada vez que me lanzo para “El maní es así” a echar un pie. ¿Cuál es el rollo? ¿Acaso esta música, curtida en el caribe, fundida en una paila con malanga y hierbabuena, no te parece tan válida como cualquier otra? Esta música, como otras, representa la expresión de una raza, de un pueblo, de una cultura, de una sociedad y que, triste y alegremente, se sigue expresando a través del mismo vehículo, teniendo, en algunos casos, vigencia rotunda a pesar de los compases del tiempo.
Lo siento por quienes me llevan la contraria, pero esta música forma parte de mis venas desde antes de nacer. La llevo inscrita dentro de mis glóbulos rojos porque me representa más que muchas poses de figurín, me llena más que las empanadas que venden en la bodega. En este reducto se habla salsa, se vive la salsa con la irreverencia acostumbrada, se siente la salsa desde los días en que Phidias Danilo, Bolívar Navas o El Tigre Rafael nos ponían a gozar con las cabillas de la época, se respeta la salsa dura, brava, la que no concede espacios a la mediocridad.
Soy salsero, y con mucho orgullo tomo las maracas para llamar a todos al bembé, al sonar de los tambores iniciaremos el festín, donde negros, indios e hispanos nos reunimos sin importar razas ni credos, sin excluirnos. Lo lamento por aquellos que solo saben señalar a quienes profesamos un profundo sentimiento salsero. Con tabaco y ron, con mucha clave y sabor, seguiremos la rumba, afincando, soneando, viviendo.
Con mucho Aché.
3 Comments:
Queridos amigos que aquí comentaron. Pedimos disculpas, por un error nuestro, hemos perdido sus palabras. Espero nos den sus disculpas.
Saludos y una vez más disculpen.
Excelente, Fósforo... La salsa, y todos los ritmos caribeños son una vaina que forma parte no solo de nuestra cultura sino de nuestra sangre... Sino dime tú, cómo es que ves a más de un "rockerito" o "punketico" desatado bailando una buena salsa, o al menos tarareándola...
Es inevitable sentir la salsa, y si te soy honesta... aunque pudiera NO LO EVITARÍA JAMÁS!!!!
que sabor, hasta el escrito tiene saber, trasmite mucho guaguancó jeje. me gustó mucho!
saludos de guerrera!
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